Yves Saint Laurent y Marrakech: una historia de amor

La vida del diseñador se compone de una serie de relatos mágicos alrededor del mundo, con Marrakech como su musa indiscutible.
Yves Saint Laurent en la plaza Jemaa el Fna de Marrakech.
Musée Yves Saint Laurent

Cuarenta años fueron suficientes para que Yves Saint Laurent dejara una huella permanente en la inmensidad de Marrakech. Hoy en día todos podemos disfrutar de los frutos que el diseñador sembró en el suelo marroquí: desde la significativa reforma del Jardin Majorelle, o de su casa abierta al público, hasta su póstumo Museo en Marruecos, Saint Laurent poseía una manera auténtica de crear algo bello desde lo bello en sí. A través de los viajes realizados por el argelino-francés, se consolidó una de las premisas principales que es integral al ADN de la firma: la interculturalidad y el vanguardismo.

Yves Saint Laurent trabajando en su escritorio en Villa Oasis (1980).

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El amor hacia Marrakech parte indirectamente de su origen, el diseñador nacido en 1936 fue guiado por una conexión predestinada en el norte de África. Nacido en Argelia, en el seno de una familia francesa de clase alta asentada en el territorio –conocidos también como pied-noirs– vivió diecisiete años en Orán, un espacio multiétnico, geográficamente enorme y con paisajes vibrantes. Su refugio subyacía en los confines de su hogar: allí era capaz de crear libremente todo tipo de ilustraciones y piezas textiles a modo de experimentación, adoptando a una grandiosa modelo hasta el día que partió a Francia; su madre.

La familia fue mayoritariamente la causal de que se le permita ver un mundo atractivo y artístico. Frecuentaba las ofertas culturales más exclusivas junto a ellos, óperas, ballets y teatros en Orán, un claro contraste frente al hostigamiento que vivía en el colegio debido a su personalidad tímida, sensible y reservada. A través de esta variedad de perspectivas y privilegios se formó un enclave necesario para incursar su camino en la moda.

Saint Laurent en Marrakech.

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Aunque su paso por Argelia no fue prolongado sí lo fue formativo. Viajó a Francia para perseguir sus sueños a los diecisiete, ganó un concurso de la prestigiosa Secretaría Internacional de la Lana derrotando a nadie menos que Karl Lagerfeld, y fue asistente de Christian Dior durante dos años luego de que el director de Vogue le mostrara sus ilustraciones, pensando que YSL había imitado la colección que estaba por lanzarse esa misma temporada. Resultó que simplemente compartían la misma visión. Para mantener el hilo de circunstancias extraordinarias, su prestigioso mentor lo seleccionó como Director Creativo de la marca luego de haber tenido una sesión con una vidente que le aseguraba un éxito duradero en tanto la joven promesa tomase el mando.

Sus predicciones fueron ciertas, y con su colección Trapèze llegó a consolidar el nombre de Dior como una de las casas de costura líderes del siglo XX que trascendieron al diseñador aún después de su muerte.  Luego de una posición breve pero impactante como director creativo en la casa de Dior, él y Pierre Bergé, su pareja, formaron la casa de Yves Saint Laurent. 

Saint Laurent disfrutaba de los contrastes: su personalidad tímida se enfrentaba a un mundo creativo propio partiendo de diseños osados que empoderaban a la mujer; su fascinación por el negro lo utilizaba a la par de colores chillones creando una atmósfera única, su vida de excesos en la ciudad parisina antítesis de su otro lugar en el mundo, Marrakech. Una que conoció por primera vez en 1966 junto a Bergé, y atribuida a los pocos días de conocerla como su ciudad de inspiración.

Automáticamente luego de haberla visitado y en su llegada a París, la pareja compró una casa llamada Dar el-Hanch, o la Casa de La Serpiente. Desde ese momento hasta el día de su muerte, frecuentaron la ciudad roja al menos dos veces al año. "Marruecos fue donde fuimos más felices” expresó una vez Bergés en su libro Yves Saint Laurent: une passion marocaine (2010).

Yves Saint Laurent y Pierre Bergé en Villa Oasis, 1976.

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Imagínate a Yves Saint Laurent caminando por los estrechos y laberínticos callejones de la medina junto a Pierre, mezclándose los ruidos del día a día con el aroma a especias, viendo a la gente pasar vistiendo ropa de colores vivos, infinitas texturas y tejidos. Luego de su caminata podían disfrutar de un almuerzo o café en el Grand Café de la Poste, entre las sombras de la arquitectura centenaria, para después pasar por el barrio judío, visitar el Museo de artes y artesanías Dar Si Said y presenciar la magnitud de la naturaleza en los icónicos palmerales, inmersos en sonidos de pájaros e insectos, rodeados de plantas exóticas, como su preciado y concurrido Jardín Majorelle, que en ese momento no tenía la atención e inversión necesario como para que brille. No obstante, la esencia permanecía, con sus colores azules, rojos y ocres.

Era inevitable que de esos rincones secretos surja una creatividad capaz de desafiar los estándares occidentales y lo transforme espiritualmente.

Yves Saint Laurent en el área comercial de Marrakech.

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MARRUECOS: INSPIRACIÓN DEL DISEÑADOR

YSL no sólo encontró momentos de descanso sino de absoluta inspiración, allí creaba sus ilustraciones para luego volcarlas en las pasarelas parisinas. En 1966, el diseñador creó la colección “Marrakech”, con sus viajes como foco. La ciudad lo abrió al color: “El poder y calidad de la luz en Marruecos me ha hecho ver los colores de una manera distinta”, dijo una vez.

La colección contenía vestimentas típicas marroquíes que observó durante su viaje: elementos originarios como los kaftanes, velos, cuellos redondos, mangas grandes y túnicas. Además, diferentes vestimentas masculinas que fueron reinterpretadas para la mujer, conjugando constantemente entre lo femenino y masculino, una génesis accidental del concepto genderless.

Desfile Haute-Couture de Yves Saint Laurent, Primavera/Verano 1989.

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Desfile Haute-Couture de Yves Saint Laurent, Primavera/Verano 1989.

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JARDIN MAJORELLE Y VILLA OASIS

Si de lugares icónicos en Marrakech hablamos, el Jardin Majorelle es indiscutiblemente uno de ellos. Con una extensión de 40.000 m2, comenzó a construirse en 1931 por el artista francés Jacques Majorelle con la premisa de ser una joya botánica: plantas traídas de todos los continentes, flores, jarrones, estanques y senderos comenzaron a decorar su inmensidad. Al poco tiempo, Jacques debió abrirla al público para financiar los gastos que conllevaban mantenerlo. El espacio fue abandonado tras la muerte del artista.

Afortunadamente no fue el fin. En 1980, las noticias de que el espacio se iba a demoler y construir una cadena de hoteles en retorno llegaron a los oídos de Saint Laurent y Bergés, haciendo que ambos decidan comprar y restaurar el Jardín, con la legendaria Villa Oasis adjunta. El proceso de renovación tardó años, pero la visión era concreta: mantener la esencia de lo que estaba, agregando toques orientalistas, mediterráneos, de art deco así como elementos africanos. El proyecto se llevó a cabo junto a un equipo de diseñadores, interioristas y arquitectos. Entre el bullicio de la ciudad y sus explosiones de colores, encontraron en la naturaleza de Marrakech un entorno de contemplación y disfrute. A la casa la llamaron Dar Es Saada: “La casa de la Serenidad y Felicidad”. Como Majorelle, la pareja decidió tener gran parte del terreno abierto al público así la población marroquí podía disfrutar junto a ellos el oasis botánico que tenían disponible.

Tal fue el impacto del Dar Es Saada, que en 2008, año en el que falleció el diseñador, se esparcieron sus cenizas en el jardín de rosas.

Jardín Majorelle.

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En 2017, años después de su muerte, se inauguró el Museo de Yves Saint Laurent en Marrakech junto al museo de YSL en Paris al simultáneo, financiado mayormente por Pierre Bergé. "Era instintivo construir un museo dedicado a la obra de Yves Saint Laurent en Marruecos, ya que él, incluso en los colores y las formas de su ropa, le debe mucho al país" dijo su compañero de vida en una entrevista. En este espacio queda plasmada la esencia del diseñador, volviendo arte su obra después de tantas décadas de esfuerzo. Está a poca distancia de los Jardines Majorelle y ubicado en su calle homónima Yves Saint Laurent, con un promedio de 700.000 visitantes anuales.

Museo YSL, Marrakech.

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Los viajes imaginarios y la zona norte de África siguen inspirando a la casa couture hasta el día de hoy. Y en la actualidad, no sólo para fines propios; la casa impulsó un proyecto a modo de retribución con el objeto de generar un impacto positivo en las comunidades autóctonas: actualmente la firma trabaja con un grupo de mujeres marroquíes en los Jardines Comunitarios de Ourika para la obtención de materias primas destinados a sus diferentes productos de belleza. Esta acción fomenta la artesanía local y la independencia económica de las mujeres, así como la creación de prácticas sostenibles que ayudan a la flora y fauna local.

LEGADO

Su devoción por conocer distintas partes del mundo no fue en vano. El sentido de la cultura y reinterpretación de elementos étnicos de Saint Laurent hizo que revolucione la moda como signo de empoderamiento, saliendo de los estereotipos iconoclásticos y transmitiendo un mensaje que lo desconocido no tiene porqué generar rechazo, sino admiración. Como creador del pret-a-portér, Saint Laurent permitió que más mujeres tengan acceso a la alta moda, democratizando y reconstituyéndola.

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No obstante, el lujo nunca se perdió, sino que se diversificó: con sus diseños liberó a la mujer a través del traje femenino, fue la primera casa de moda en usar modelos de color en sus desfiles, apoyó a la comunidad negra a través de su protagonismo en las pasarelas desde los años ‘60 haciendo que poco a poco sus valores se permeen en todas las aristas de trabajo. La inclusión y accesibilidad se encuentran en cada uno de sus espacios, así como los lugares abiertos al público que dejó Yves Saint Laurent en Marruecos. “esta cultura se hizo mía, pero no me conformé con solo absorberla; la tomé, la transformé y la adapté ", la huella fue recíproca.

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