El regreso de Tánger

Las mentes más creativas de la romantizada ciudad portuaria marroquí están reclamando su historia para contar algo diferente.
Amanecer tras los arcos de Fairmont Tazi Palace
Andrew Urwin

En esta ciudad de luz blanca y perlada, los colores brotan por doquier: el esmeralda de las hojas de menta en los puestos de caracoles, las mezquitas con sus tejados de jade, las rayas amarillas de las chilabas, los toques dorados de la buganvilla y las pinceladas de índigo del mar que asoma entre la tupida red de edificios.

Una calle apacible en la casba histórica de Tánger.

Andrew Urwin

Este mismo mar, los intereses políticos que ha suscitado esta encrucijada entre continentes, lleva siglos definiendo el carácter de la ciudad más septentrional de Marruecos. Tánger estuvo en poder de fenicios, califatos andalusíes, portugueses, españoles, británicos y franceses antes de convertirse en la capital diplomática de Marruecos a finales del siglo XVIII. Durante siglos, fue nexo de culturas del Mediterráneo y lugar de coexistencia pacífica entre judíos y musulmanes. Pero se sigue prestando más atención a la época colonial del siglo XX, cuando se hizo de la ciudad un patio de recreo para artistas, socialites y hedonistas europeos, una suerte de “sueño tangerino” que se extendió hasta la década de 1950 y que tuvo devastadoras consecuencias.

Hicham Bouzid, cofundador de Think Tanger.

Andrew Urwin

Vestíbulo de Fairmont Tazi Palace Tangier.

Andrew Urwin

Esta época, que convirtió la ciudad en un paraíso fiscal en el que experimentar con el kif y la sexualidad y terminó por transformarla en una suerte de tierra de nadie, abandonada y ruinosa, lleva mucho tiempo definiendo Tánger en los términos de su contacto con la contracultura occidental. Pero esto está cambiando.

“La glorificación de la Zona Internacional de Tánger y el orientalismo, esa visión mística de la cultura marroquí desde países occidentales, ha hecho mucho daño” explica Hicham Bouzid cofundador y director artístico de la agencia creativa y cultural Think Tanger, parte de la nueva generación de creadores tangerinos que está reapropiándose de su ciudad y de su identidad árabe y mediterránea, redefiniéndolas por el camino. Su equipo multidisciplinar ayuda a destacar voces tangerinas, pensadores, proyectos artísticos y comunitarios, todo desde una antigua pescadería junto al Gran Zoco. “Aquel periodo fue una utopía hedonista para occidentales ricos pero una desgracia para los marroquíes pobres”, explica. Una vida llena de agujeros, de Driss ben Hamed Charhadi, y El pan a secas, de Mohamed Chukri, dan fe de esta desesperación. “Tenemos que reclamar nuestro pasado y empezar a contar la historia de la Tánger contemporánea”.

Piscina de Villa Mabrouka, antigua residencia de Yves Saint Laurent, ahora transformada en hotel de la mano del diseñador Jasper Conran.

Andrew Urwin

Think Tanger arrancó hace siete años, con el objetivo de centrarse en asuntos urbanísticos y arquitectónicos en un momento en el que la ciudad estaba “en construcción” y “en un vacío cultural en el que las únicas instituciones y los mejores proyectos estaban en manos de un grupo de europeos que se habían quedado”. Tánger estaba viviendo importantes cambios gracias a las inversiones en infraestructura del rey Mohammed VI, como el puerto Tánger Med, construido en 2007 y actualmente el más concurrido de África, que libera el apacible puerto deportivo de barcos de mercancías. En 2018 llegó la línea de alta velocidad entre Tánger y Casablanca, con planes de ampliación hasta Agadir y un túnel hasta Tarifa. El Zoco Chico, la casba y la medina se renovaron, y las embajadas, palacios de la época del sultanato y villas coloniales art déco se fueron restaurando poco a poco, igual que ha ocurrido con el parque Perdicaris, un extenso bosque urbano en Rmilat, y con el nuevo espacio de arte contemporáneo del Museo de la Casba, que ocupa la antigua prisión y que está dedicado a los pintores abstractos normarroquíes de la posguerra.

El ambiente del casco antiguo de Tánger hoy no podría ser más diferente del de los claustrofóbicos cuadros de Mohamed Mrabet o los agitados trazos de Jilali Gharbaoui. Pese a lo que ha crecido la periferia, el centro tiene ese ánimo calmado de una islita pesquera, con sus parques llenos de palmeras, sus mezquitas, mercados y bulevares. El ritmo mediterráneo impera aquí, en las manos de los artesanos, en su apacible y silenciosa medina, donde lo más frenético que hay es el vuelo de los gorriones.

El potencial de Tánger es infinito, pero los creadores más jóvenes se muestran cautos al respecto. Han aprendido del pasado colonial de la ciudad y de la dependencia de Marrakech del turismo extranjero. “Se ha convertido en un parque de atracciones”, afirma Bouzid. “No queremos que nuestro carácter auténtico se acabe desgastando”.

En la calle Khalid ibn Oualid (antes calle de Velázquez), una zona en la que se han ido agrupando orgánicamente diversas tiendas vintage independientes, Think Tanger abrió hace poco su nuevo Kiosk, que ocupa lo que antes era una cafetería. Entre bulevares arbolados y muy cerca del Gran Teatro Cervantes, un edificio modernista de 1913, aún cerrado y en proceso de restauración, esta galería de arte es también una tienda de libros y residencia de artistas. También organiza tours de la ciudad más conscientes y ofrece mapas alternativos de la ciudad, además de pósters de artistas tangerinos contemporáneos, como Omar Mahfoudi. Este pintor es, a su vez, cofundador de Tangier Records, un local en tonos rosa chicle de la medina que es, tal y como nos cuenta su compañero Hamza Sbai, “la segunda tienda de vinilos de Tánger. La primera abrió en 1973”.

La Cinémathèque, un teatro art déco restaurado en el Gran Zoco.

Andrew Urwin

Milhojas de frambuesa en El Morocco Club.

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“Ha habido un gran cambio en la autopercepción de los tangerinos, dañada durante la época colonial”, cuenta Yto Barrada, artista local de fama internacional. “Por eso ahora apostamos por un turismo lento y consciente”. Barrada, que expondrá esta primavera en el MoMA de Nueva York, prendió la mecha de la escena artística en la ciudad cuando, en 2006, rescató el teatro art déco del Zoco y lo transformó en La Cinémathèque, un cine y espacio artístico sin ánimo de lucro, el primero de este tipo en todo el norte de África. Su propia obra también ha contribuido a marcar el tono de las creaciones artísticas con intención social de hoy. En su libro A Life Full of Holes: The Strait Project, por ejemplo, explora el movimiento transfronterizo unilateral: los europeos pueden moverse con libertad por África, pero los africanos no pueden hacer lo mismo por Europa

“Aquí, los artistas forman comunidad: no hacen las cosas por ego, tienen un sentido de responsabilidad mayor hacia su ciudad”, explica. Hace poco, en los extensos jardines de su familia, donde los impresionantes colores de las flores a la luz del sol forman una imagen idílica con vistas al Estrecho, ha fundado The Mothership. El concepto: un taller textil, residencia para artistas y retiro holístico en el que se experimenta con tintes naturales precoloniales, pigmentos y tintas vegetales y se da un enfoque ecofeminista a unos jardines ya muy conocidos en Tánger, que en su día pertenecieron a los artistas escoceses y estadounidenses Marguerite y James McBey.

Los colores también son el centro del proyecto creativo de la diseñadora Kenza Bennani, que volvió a su hogar natal tras trabajar con Jimmy Choo en Londres y fundó la marca de slow fashion New Tangier. Sus caftanes, chilabas y pantalones sarouel unisex muestran un verdadero arcoíris de sedas artesanales, todo ello local y cosido a mano. “En la cultura occidental hay una forma de entender la visión del diseñador como algo omnipotente a lo que debe subordinarse todo, incluso nuestros cuerpos”, cuenta Bennani. “Aquí lo importante no soy yo sino la comunidad, la artesanía”. Entiende su reducción de la moda marroquí al minimalismo más absoluto, con cortes rectos unisex y para todo tipo de cuerpos, como una forma de activismo. “En Europa sentía que tenía que obedecer a una idea orientalista de lo que significa ser marroquí, pero no puedo reducir mi herencia cultural a unos pompones”.

Interior de Casa Tosca.

Andrew Urwin

La artesanía en el norte de Marruecos no se ha visto tan afectada por la visión del zoco como lugar orientado al turista en el que vender artículos de escaso valor, y esto ha traído de vuelta a artistas tangerinos formados en Europa además de atraer talento internacional. En el taller de ratán de Malabata que fabrica buena parte de los muebles de los nuevos hoteles de la ciudad, Meriem Bikkour, la dueña, nos habla de este negocio que heredó de su padre. “Aquí la artesanía se mueve menos por el dinero que en Marrakech, para nosotros es algo mucho más personal”, explica con el sonido de la grapadora de fondo. Los muebles de esta heroína anónima de la ciudad se encuentran en Fairmont Tazi Palace, Villa Mabrouka (el segundo hotel en Marruecos de Jasper Conran) y otras inauguraciones recientes.

La artista Anaëlle Myriam Chaaib pinta una de sus obras.

Andrew Urwin

La artista francomarroquí Anaëlle Myriam Chaaib, que acaba de abrir su obrador Maison Citron, también destaca las posibilidades que ofrece para mujeres creadoras. “La mentalidad hacia las mujeres es muy diferente a la de otras ciudades de Marruecos”, explica. Chaaib se mudó a Tánger, la ciudad natal de su padre, desde Lille con su hermana mayor hace unos años, y fundaron un restaurante con un equipo enteramente femenino. Fue allí donde empezó a pintar, inspirada por los colores del camino costero cercano. “Al principio pintaba para rebelarme contra las ideas preconcebidas de mis amigos franceses, que pensaban que Marruecos era un secarral vacío”, recuerda. “Me avergonzaba ser marroquí, pero ahora es motivo de orgullo”. Sus ilustraciones son una carta de amor a Tánger, a este nexo entre el pasado y el futuro de África, a una musa real y viva que se niega a aceptar más disfraces y artificios.

Vestíbulo de Casa Tosca, la casa del diseñador milanés Nicolò Castellini-Baldissera.

Andrew Urwin

QUÉ VER EN TÁNGER

La pequeña galería Mahal Art Space es uno de los espacios artísticos en los que se está dando a conocer el talento africano. Nouha Ben Yebdri apoya a artistas emergentes como el ghanés residente en Marruecos Reuben Yemoh Odoi, cuyas instalaciones con maletas y billetes de tren garabateados simbolizan el viaje de las personas migrantes. Las esculturas de Abdelghani Bouzian, gigantescas máscaras que son odas profundamente personales a la cultura oral rifeña, y sus enormes marionetas construidas a partir de desechos (como el Hércules de seis metros que hace referencia a la leyenda griega de Tánger) evolucionaron a partir de sus talleres de teatro, artesanía y sostenibilidad para niños, que daba como director de la organización benéfica Darna.

La galería The Kasbah Collective, a cargo de Hana Soussi Temli, expone artesanía tangerina en este espacio cada vez más popular junto a Bab Kasbah. Temli es hija de Boubker Temli, de Galerie Tindouf, en Marrakech, y está casada con Yassine Rais el Fenni, hijo de Abdelmajid Rais el Fenni, de la cercana Boutique Majid.

Casa Tosca
Esta mansión de cinco habitaciones junto al apacible parque de Marshan es un paraíso maximalista de artesanía tangerina, kitsch angloitaliano, detalles artísticos y antigüedades. Con su piscina en la azotea, su hammam y sus terrazas ajardinadas, no es de extrañar que el boca a boca haya sido lo que le ha dado su actual fama.

DÓNDE DORMIR

Villa Mabrouka
El segundo hotel en Marruecos del diseñador Jasper Conrad ha dado un nuevo y mágico aspecto a la antigua casa de Yves Saint Laurent junto a la Casba. Pese al pasado maximalista del edificio, cuyos diseños anteriores vinieron de la mano del diseñador orientalista Stuart Church y del bohemio parisino Jacques Grange, la versión actual ha optado por una inmaculada y lujosa discreción, y los únicos adornos fastuosos son los que aporta la vegetación. Los blancos deslumbrantes y tonos menta de sus 12 suites destacan el azul del mar que se extiende ante ellas.

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Fairmont Tazi Palace
Este palacio de 133 habitaciones y suites se alza sobre el bosque de Rmilat. Su versión renovada es una auténtica celebración del art déco marroquí en mármol blanco y negro, adornada con artesanía y arte contemporáneo marroquí. Su enorme spa y sus siete bares y restaurantes, entre los que destaca el Origin Bar, en mármol verde, son irresistibles.

Comida con ensalada de ternera, hummus de remolacha y tacos de pescado en Alma Kitchen and Coffee.

Andrew Urwin

Abdelghani Bouzian frente a su taller.

Andrew Urwin

DÓNDE COMER

Alma Kitchen & Coffee, de la diseñadora de joyería Lamiae Skalli y el fotógrafo de arte Seif Kousmate, está reinventando la cultura cafetera marroquí para la población joven. Recién inaugurado, el local de diseño minimalista busca deshacerse de la idea de que lo marroquí tiene que ser tradicional o exótico.

La interiorista Guiomar Doval estudió diseño en Madrid y ahora emplea materiales y artesanía del norte de Marruecos para lograr su estilo afromediterráneo, con el que decora restaurantes contemporáneos como Chiringuito, en el puerto deportivo. El menú de este espacio junto al mar cuenta con una gran variedad de platos, desde lenguado a la meunière hasta shish taouk.

El Morocco Club es ya toda una institución en la gastronomía tangerina, pero ahora, el chef Noureddine Zaoujal sirve platos marroquíes más ligeros, dando un giro a clásicos de la cocina local como la pastela de pollo o las verduras frescas con aceite de argán.

Este reportaje fue publicado en el número 158 de la revista Condé Nast Traveler (Invierno 2023). Suscríbete a la edición impresa (15,00 €, suscripción anual desde nuestra web). El número de primavera de Condé Nast Traveler está disponible en su versión digital para disfrutarlo en tu dispositivo preferido.

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