Museos de Madrid en los que no encontrarás (tantos) turistas, parte II: hablemos de Madrid

El Prado, el Thyssen y el Reina Sofía son el trío imprescindible. Pero hay muchos más museos de Madrid que explorar. Por ejemplo, los que tratan de la propia ciudad.
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
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Quien acude a Madrid con la idea de visitar museos tiene una idea muy clara de lo esencial. En primer lugar, surge el Prado, porque, de cierta forma, el Museo del Prado es Madrid. A unos pasos, el Thyssen y el Reina Sofía completan el trío imprescindible. Pero si lo que buscamos es explorar y descubrir, es necesario llegar más allá del lugar común. Lancemos una mirada a algunos de los pequeños, y no tan pequeños museos, que la ciudad esconde, desconocidos en muchos casos para los propios madrileños.

Hablemos de Madrid: en Madrid también hay museos sobre Madrid. Quien quiera conocer los avatares de la ciudad desde el Paleolítico puede comenzar con el Museo de San Isidro, o de los Orígenes. No todo el mundo sabe que en el valle del Manzanares abundaban los mamuts, los mastodontes, los uros y las comunidades que los cazaban. Luego llegó la agricultura, las villas rústicas romanas y los musulmanes, que construyeron el primer alcázar.

Museo de San Isidro, Madrid.Alamy

El edificio que alberga el museo, conocido como la Casa de San Isidro, fue construido en el siglo XVI por la familia de los Lujanes. De aquella época conserva un bonito patio renacentista. La tradición situaba en este lugar la casa de Iván de Vargas, señor de San Isidro, patrón de la Villa. Por ello el pozo que allí se encontró se identificó con aquel al que cayó el hijo del santo, que este, con sus plegarias, hizo rebosar hasta que el niño emergió. Parece que la tradición, como es habitual, es solo eso. En cualquier caso, el museo dedica una sección a esta parte de la mitología madrileña.

Interesa, sin duda, atravesar la sobrecogedora portada del Real Hospicio y seguir la evolución de la ciudad en tiempos de Austrias y Borbones en el Museo de Historia de Madrid. Presenciamos estos cambios a través de objetos, maquetas y pinturas, como las que ilustran los festejos en la Plaza Mayor, y monumentos como la fuente de Cibeles. Se dedica atención al Palacio del Buen Retiro y a las Reales Fábricas, tanto la de tapices como la de porcelana, destruida en la Guerra de Independencia. En el siglo XIX se incorpora la fotografía de los pioneros, como Laurent y Clifford. Periódicos, caricaturas e imágenes, cierran el recorrido en los convulsos inicios del siglo XX.

Panteón de Hombres Ilustres, Madrid.

Patrimonio Nacional

Quien sea aficionado a los mármoles y la grandilocuencia no puede dejar de visitar el Panteón de Hombres Ilustres (ahora Panteón de España). En el lugar que ocupó la antigua basílica de Nuestra de Señora de Atocha, muy dañada, ¿cómo no?, en la Guerra de Independencia, se proyectó un nuevo templo que no llegó más allá del panteón y del campanario. Las monumentales esculturas que alberga, realizadas en gran parte por Mariano Benlliure, revelan el papel de Madrid como centro cultural y político en el siglo XIX. El nombre de muchos de aquellos próceres se refleja hoy en la geografía urbanística de la ciudad, como Canalejas, Ríos Rosas, Eduardo Dato o Sagasta.

DE FUNDACIONES REALES

Que Madrid empezó a ser Madrid con Felipe II, ya lo sabemos. También sabemos de su afición por el rezo y del enclaustramiento, voluntario o impuesto, de las viudas de la corte. Una princesa o infanta no dejaba de ser quien era por retirarse de la vida mundana. Juana de Austria, hermana de Felipe y viuda del rey de Portugal decidió fundar una clausura en el palacio de Madrid donde tiempo atrás se había alojado su padre, Carlos I, y donde ella había nacido. Desde entonces, el Monasterio de las Descalzas Reales acogió a damas de la familia real y de la alta nobleza, con lo que se convirtió en una suerte de corte paralela.

Exterior Monasterio de las Descalzas Reales en Madrid.

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Los frescos de la escalinata, con los retratos de la familia de Felipe IV en el Balcón Real, recuerdan el pasado palaciego del edificio. El interior despliega un lujo austero, oxímoron muy propio de los Austrias. Suelos de barro, retratos de personajes de la corte, objetos de devoción en materiales preciosos y una gran colección de tapices, encargados a Rubens por la infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y sobrina de la fundadora.

Mariana de Austria, esposa de Felipe III, precisaba de un lugar más cerca del alcázar donde acudir a misa a diario. Fue esta una de las razones que la llevaron a fundar el Monasterio de la Encarnación. Un pasaje elevado conectaba ambos edificios. El monasterio acumuló un gran patrimonio artístico. El Cristo yacente de Gregorio Fernández y La Dolorosa de José de Mora, sin duda, incitaban a la devoción. Para visitar ambos monasterios es necesario reservar la entrada en la web de Patrimonio Nacional.

Pero los reyes no solo fundaban conventos. Desde el siglo XIV Madrid contaba con el Estudio de la Villa, pero fue Felipe II quien lo refundó como los Reales Estudios, gestionado por los jesuitas. Estructurado en cátedras, se podría decir que fue una universidad sin título. El legado de María de Austria, viuda del emperador Maximiliano II, lo convirtió en el Colegio Imperial.

Interior de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

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El Instituto de San Isidro, anexo a la colegiata dedicada al patrón, se ha destinado desde entonces a la educación. Los viernes, entre 16:30 y 18:30h, se abre al público el patio barroco y la fascinante colección de materiales didácticos. Los alumnos de educación secundaria guían una visita que incluye expedientes de personajes como Antonio Machado o Camilo José Cela, y un conjunto único de modelos vegetales y anatómicos en papel maché.

Y, finalmente, llegamos a las Academias fundadas bajo el patronazgo real. La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ocupa el que fue el palacio Goyeneche en la calle Alcalá, construido por José de Churriguera y reformado por Villanueva para acomodar la institución bajo el reinado de Fernando VI.

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No es un museo pequeño en escala, pero sí en espíritu, porque en sus salas se encuentra lo inesperado, lo no evidente. Así, monjes de Zurbarán caídos en la Academia tras la desamortización, la única pintura de Arcimboldo existente en España, y la obra que, quizás, mejor defina el Barroco: El sueño del Caballero, de Pereda. El grueso de su colección se centra en los siglos XVIII y XIX, su época de esplendor. La gran atracción del museo son las pinturas de Goya, a las que siguen otras destacadas de Sorolla y casticismos de Julio Romero de Torres.

No se puede dejar de mencionar que la Academia conserva una excepcional colección de vaciados en yeso de esculturas célebres, que incluyen las que trajo Velázquez de Roma. Conviene preguntar por las salas y el taller de vaciados en la entrada, ya que, en ocasiones, no se encuentran abiertas al público.

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