‘La quimera’: la gran belleza perdida de Italia

Alice Rohrwacher nos lleva de viaje a Tarquinia y aquella Etruria antigua profanado en el siglo XX por los “tombaroli”
La quimera
Ad vitam production

Cuenta Alice Rohrwacher que donde creció, en la Toscana, “era habitual oír historias de descubrimientos secretos, de excavaciones clandestinas y de aventuras misteriosas”. Y en esas historias que escuchaba ha basado La quimera (en cines 19 de abril), su cuarto largometraje, tras las preciosas Las maravillas y Lázaro feliz.

Protagonizado por Josh O’Connor (The Crown), vuelve a ser una fábula tan neorrealista como surrealista. Él es Arthur, un misterioso anglosajón que llega a esa Italia rural de los años 80, a la cuna de la antigua Etruria buscando su quimera, ese algo inalcanzable casi siempre. Trabaja con los tombaroli, los ladrones o saqueadores de tumbas, una banda de jóvenes que ven en la profanación de esos lugares sagrados su salto a una vida digna sin demasiado esfuerzo.

Excavando en el pasado de Toscana.

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Ellos no son “más que una gota en el mar” como canta el “cantastorie”, un trovador local que entona las verdades. “La quimera saca a relucir uno de los principales temas que afecta a Italia y a otros países, cunas de antiguas civilizaciones, en el siglo XX, especialmente después de la II Guerra Mundial”, explica la cineasta italiana. “Me refiero al mercado de antigüedades y, en particular, a la venta ilegal de tesoros arqueológicos”.

El inglés es el líder de la banda porque tiene “el don de encontrar las cosas escondidas”. Con su palito espera que la tierra le hable, que los muertos le llamen y les guíen hacia sus tumbas y ajuares para que, después, esos tesoros encontrados los vendan al perista o marchante, que vive mucho mejor que ellos. Ellos son sólo una tuerca más de ese engranaje millonario que “aportó durante décadas en Italia beneficios más elevados que el mercado de la droga y, además de ser mucho menos arriesgado, ofrecía una propuesta empresarial bastante mejor”.

Casa Pisana, residencia del personaje de Isabella Rossellini.

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Para esos tombaroli la profanación de las tumbas es su manera de entrar rápidamente en la rueda capitalista. Ante ellos está Arthur que sigue siendo un buscador y creyente de la belleza por la belleza. “No estás hecha para los ojos de los hombres”, le dice con amor a un busto etrusco para después continuar con su búsqueda de “otra cosa, algo difícil de compartir”.

Rodada entre el sur de la Toscana y el norte del Lazio: en Tarquinia, la que fuera capital etrusca; en Blera, en Motalcino, Monte Amiata Scalo, Torrenieri… El filme sigue en 35 y 16 mm a Arthur y su banda entre los descampados y terrenos agrarios, excavando. El resto buscan tesoros de otros tiempos, el inglés busca algo más. También les seguimos de día y noche por los pueblos, los bares y las fiestas, todo ese ambiente popular, real, mágico que enamora y atrapa al inglés para seguir allí sin saber por qué.

Las fiestas del pueblo.

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Rohrwacher muestra otra Italia, otra bella Italia, de pícaros y esperpentos, de tradiciones y pobreza. La magnífica decadencia del palacio que habita el personaje de Isabella Rossellini, rodado en la villa de Casa Pisana en Castel Giorgio, Umbria. Ella es la abuela autoritaria de un matriarcado en descomposición.

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Frente a esas mujeres, otras modernas, autosuficientes, representadas por el personaje de Italia, aspirante a cantante de ópera, con dos hijos, sin padre, se unen y okupan una antigua estación porque “es de nadie y de todos”. En la realidad, se trata de la estación histórica de Torrenieri-Montalcino por donde pasaba el clásico tren de Asciano-Monte Antico, creado a mediados del siglo XIX, que es hoy una línea turística de la Toscana.

El expolio de la vieja Italia.

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La quimera habla de varios tiempos. Habla al pasado muy pasado de Italia desde un pasado más cercano a nuestro presente. Habla de varios mundos. De lo sagrado y lo profano. De la vida y la muerte. De lo de abajo y lo de arriba. De las tumbas y las fábricas. “La historia de un hombre que hable de todos los hombres”. Para así entender mejor la bella Italia. La otra bella Italia, más real, que no son paisajes idílicos. Rohrwacher observa y nos descubre esa otra Italia. Bella a su manera.

“El paisaje es otro protagonista en mi película. Estoy profundamente conectada a él y me inspira”, dice. “La historia que contamos habla de una banda de ladrones de tumbas, y estamos todos de acuerdo en que lo que hacen es escandaloso, pero nadie parece escandalizarse por la violación del paisaje. ¿Por qué ellos deberían respetarlo y considerarlo sagrado cuando ven una fábrica construida encima de un templo antiguo, o un montón de basura o baños siendo vaciados en la costa? Quería transmitir esa trágica idea de la belleza perdida”.