Diario del trópico (XV): quedarse callado en portugués

“Escribimos para ponerle palabras a silencios anteriores”, Reinaldo Arenas.
Salvador de Bahía Brasil
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Diario del trópico: 25/03/2024

Llegué a Salvador de Bahía, Brasil, y a la confusão. No entiendo nada. Entiendo algo. No entiendo nada. Pedí pescado, y comí pollo. Sonrío como un boludo, boludísimo. “Lo que quieras”, le digo al camarero cuando me ofrece las variedades de jugo: no descifré ninguna de las frutas que enumeró.

He buscado una escuela para aprender portugués. Llevo seis años enjuiciando a los gringos que no hablan castellano en países hispanohablantes y heme aquí, sin saber decir esta boca es mía. Me contradigo porque somos muchos aquí dentro, o algo así decía Whitman. Y me quedo tranquilo: más ancho que longo. De momento: cerveja gelada, café quente.

26/03/2024

Soy un niño de dos años que balbucea y gesticula. Si en castellano tengo poco que decir, en portugués soy un silencio monástico. Cuando se viaja –subrayo en los ensayos literarios de Alejandro Zambra–, “uno está expuesto a hablar idiomas que no sabe, por no estar callado en alemán, que tampoco lo sé hacer”. Dicho esto, me quedaré callado en portugués.

Llegué a Salvador de Bahía, Brasil, y a la confusão.

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27/03/2024

Por la noche, cuando miro al cielo, me sorprende el silencio. ¿Cómo algo tan grande puede ser tan silente? Yo no soy capaz de moverme sin escándalo, sin golpearme con las esquinas del mundo. El infinito, en cambio, no hace un ruido, no molesta. Ayer la luna estaba desbordada, “estallando de silencio”.

***

En portugués, despertarse se dice acordarse. Y me acuerdo cada mañana. Me he alejado tanto: países, selvas, aviones. Estoy tan lejos que cualquier dirección que tome, cualquier paso que dé, ya solo puede acercarme. Me recuerdan la canción de Drexler: “en Salvador de Bahía, donde a otro diste el amor, que hoy yo te devolvería”.

No salgo de la rutina: de las clases, el baño de olas, la lectura. Cuando empecé a leer literatura latinoamericana, hace seis o siete años, empecé a leer sobre literatura latinoamericana. Así como me gusta tanto pasear entre estanterías con libros como leer, le encuentro bastante placer a leer sobre lo que he leído, sobre lo que voy a leer, sobre –y sobre todo– lo que no voy a leer. En esas estaba, cuando topé con Onetti. Un tipo que no salía de la cama, que escribía en la cama. Me aterrorizaba la idea, algo decadente, de un tipo que no sale de su cama, que pasa los días, las noches escribiendo en horizontal, sobre unas sábanas agostadas. Aquí estoy, sin embargo, en la cama, escribiendo en la cama, a plena luz del día.

No sé si los escritores que me gustan son un desastre o si me gustan porque son un desastre. Con tareas pendientes, con la ropa a medias, con huelga de estabilidad, con desatino amoroso, con pereza social. Mairal, te estoy hablando a ti.

Me quedaré callado en portugués.

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28/03/2024

Hace un par de meses leí los diarios que me gustaría escribir: Seré feliz mañana, de Xacobe Pato. Y llevo sesenta días intentando olvidarlos. El perro estúpido que trae cualquier cosa cuando le tiras un palo: la memoria, según Ray Loriga, no deja de ponerme a los pies esta idea de Pato, idea que preferiría olvidar y canibalizar (y que ahora he buscado para citarla con precisión): “De vez en cuando me encuentro ante una idea interesante y en lugar de apuntarla o intentar memorizarla pongo toda mi voluntad en olvidarla cuanto antes. La idea me deslumbra, o me inquieta, y luego yo pongo todo mi empeño en hacer como que nunca ha pasado por mi cabeza, con la esperanza difusa de que algún día vuelva, pero ya por otro camino: como idea propia, o pseudopropia. Es una forma como cualquier otra de engañarme a mí mismo. Una forma de plagio no del todo inconsciente, pero no del todo consciente”. Ante la imposibilidad de olvidar esta idea y usarla en mi beneficio, la utilizo para pedir disculpas por todo lo saqueado, lo que he robado sabiendo, lo que he robado sin saber.

Si los autores/as que he leído en estos últimos años se reunieran y leyeran estos diarios tropicales, encontrarían coincidencias atroces con algunos de sus textos: frases suyas entrecomilladas, frases casi suyas casi entrecomilladas. No me gustaría estar en esa lectura compartida, pero seguro que tendrían una buena velada. ¿Qué le diría Xacobe Pato a Clarice Lispector? ¿De qué hablarían Leila Guerriero y Ernesto Sábato? ¿Junto a quién se sentaría Alejandro Zambra? ¿Y Luis Sepúlveda? ¿Quién sería mejor anfitrión Don Juan Villoro o Dostoyevski?

“El hombre es muy bueno para esconder una vaca detrás de un árbol y después encontrarla”, dice Nietzsche, al que no he leído, para tranquilidad del resto de invitados a esta cena de escritores fusilados por mí mismo. No sé que querría decir con esa frase, la verdad. Pero a veces siento que soy esa vaca, y que estoy detrás de algún árbol, y que nadie me encuentra. Estoy emboscado. Espero, agazapado, las palabras. Benditas, malditas palabras. Que aturullan mis días. Que compiten con mis tareas. Y no lavo, no limpio, no cocino, no contesto el teléfono, solo espero. “Me duele la cabeza y el universo”, diría Pessoa. Procuro, eso sí, fumar menos, no quiero más problemas cardiacos, mi corazón ya trabaja suficiente.

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