Museos de Madrid en los que no encontrarás (tantos) turistas I: Palacios de la Villa

El Prado, el Thyssen y el Reina Sofía son el trío imprescindible. Pero hay muchos más museos de Madrid que explorar.
Jardines del Museo Cerralbo de Madrid
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Quien acude a Madrid con la idea de visitar museos tiene una idea muy clara de lo esencial. En primer lugar, surge el Prado, porque, de cierta forma, el Museo del Prado es Madrid. A unos pasos, el Thyssen y el Reina Sofía completan el trío imprescindible. Pero si lo que buscamos es explorar y descubrir, es necesario llegar más allá del lugar común. Lancemos una mirada a algunos de los pequeños, y no tan pequeños museos, que la ciudad esconde, desconocidos en muchos casos para los propios madrileños.

Empezamos con los Palacios de la Villa. Desde que la Corte fue fijada en Madrid por voluntad de Felipe II en 1561, la nobleza se dispuso a construir sus residencias en torno al alcázar. Es necesario tomar perspectiva, porque Madrid no es Roma. El poder de las grandes familias, más que en la suntuosidad de los edificios que ocupaban, se manifestaba en sus fundaciones religiosas y en bienes muebles como obras de arte y joyas. Por ello, pocos han subsistido.

Palacio de Liria.

Palacio de Liria

El Palacio de Liria es una excepción. Diseñado en el siglo XVIII por el francés Louis Guilbert y Ventura Rodríguez, es la sede de la Casa de Alba. Su apertura al público permite el acceso al jardín, la planta noble y la biblioteca. El edificio actual fue reconstruido por voluntad del padre de la carismática duquesa Cayetana tras los daños producidos tras la guerra.

En la sucesión de salones, la extensa colección de arte, con obras de Tiziano, Velázquez y Goya, se alterna con imágenes familiares, en una atmósfera que evoca el palacio habitado.

Durante el siglo XIX se transformó el panorama palaciego de la capital. Muchas de las residencias de la aristocracia madrileña se trasladaron o renovaron. El Museo Cerralbo se conserva tal y como su propietario, el coleccionista, político y arqueólogo, Enrique de Aguilera y Gamboa, lo dejó tras su muerte. Pinturas de Tintoretto, Zurbarán, El Greco y Van Dyck, se exponen en sus salas junto a armaduras japonesas y porcelanas de Meissen. Sin miedo a adjetivar, nos quedamos con la cinematográfica escalinata y el fastuoso salón de baile.

Museo Lázaro Galdiano.Getty

El arte es protagonista en el Museo Lázaro Galdiano. Don José Lázaro podría haber sido un personaje de Galdós. De origen humilde, escaló a través de la confusión financiera de fines del siglo XIX hasta hacerse con una gran fortuna. En su ascenso tuvo un papel fundamental su esposa, Paula Florido, argentina de gran patrimonio que dio nombre al palacete, Parque Florido, que hoy ocupa el Museo.

Para don José el arte era un medio de legitimar su posición social entre una aristocracia que nunca le aceptó como un igual. Coleccionó de forma compulsiva todo tipo de obras de arte y objetos, entre los que figuran tenebrosas de Goya, Las meditaciones de San Juan Bautista del Bosco, o el célebre Salvador de Boltraffio, que fue considerado durante décadas el único Leonardo conservado en España, así como un excepcional conjunto de joyas renacentistas y barrocas.

Museos de Madrid: Museo del Romanticismo.

Museo del Romanticismo

El Museo del Romanticismo fue fruto de la afición museística del marqués de Vega-Inclán. Filántropo y mecenas, emprendió en las primeras décadas del siglo XX proyectos, entonces innovadores, de recuperación del patrimonio histórico. Así, fundó el Museo del Greco en Toledo y la Casa de Cervantes en Valladolid. En Madrid, adquirió el palacio del marqués de Matallana en la calle San Mateo y allí expuso su colección de muebles, objetos y pinturas del siglo XIX.

Su interior evoca la atmósfera decimonónica con una teatral puesta en escena, que decoran obras de Lucas Velázquez, los Madrazo y Esquivel. Multitud de señoras con polisón, atractivos hombres con levita, candelabros dorados y vajillas de porcelana. Imprescindible consultar si su bonito jardín trasero se encuentra abierto al público.

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Y aunque no es un palacio, la cámara que se esconde bajo la joyería Grassy, en la Gran Vía, lleva la imaginación del visitante a salones de otra época, en los que las horas se sucedían con lentitud, marcadas por campanas graves. Allí se expone la colección del Museo del Reloj Antiguo que creó su fundador, Alexandre Grassy. De origen italiano y nacionalidad francesa, cultivó una obsesión por las maquinarias manuales. El tiempo, otro tiempo, atrapado en una cripta de la Gran Vía.

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Las piezas deslumbran. Un mono autómata del siglo XVI que, al dar las horas se mira al espejo, sonerías del siglo XVIII, pájaros que pían, artefactos supuestamente portátiles destinados a los viajes en carruaje, antiguos mecanismos japoneses, bronces dorados, carey, paisajes móviles y precisas traslaciones astrales. Para la visita es necesario realizar una reserva a través de la joyería.

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