Viaje a un cuadro: los ‘Lirios’ de Van Gogh

Es una imagen que todos hemos visto reproducida en la pantalla del ordenador, en una revista, o impresa en una taza de café o en un paraguas y, por ello, no nos detenemos a observarla.
'Lirios'  Van Gogh.
Fine Art/Getty Images

La sensación de estar ante una fotografía explica, en parte, la popularidad de los Lirios de Van Gogh. La composición parece casual. Las películas que se han rodado sobre la estancia del pintor en Provenza nos hacen fácil imaginarle, siempre pelirrojo, en un paseo campestre, que interrumpe ante la visión de las flores. Planta su atril, saca la paleta y los pinceles y se dispone a plasmar la escena en el lienzo.

Esto, semanas después del famoso episodio de la oreja. Había vivido unos meses en la Casa Amarilla, en Arlés, con Gauguin. Los conflictos entre ellos favorecieron el brote psicótico. Se cortó la oreja con una navaja, la envolvió y, según la crónica de un periódico local, se presentó en un burdel, le entregó el paquete a una prostituta y le dijo: “Guarde este objeto precioso”. Después desapareció. La policía le encontró en su cama, inconsciente.

'La Casa Amarilla' (1888), Van Gogh.

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Fue ingresado en el hospital Saint-Paul-de-Mausole en mayo de 1889, en las afueras del muy provenzal pueblo de Saint-Rémy. El hospital, instalado en un antiguo monasterio, se puede visitar. Su claustro románico y los jardines recrean una atmósfera que, entonces, no es probable que fuese tan idílica.

Estuvo internado allí durante un año. Tenía un estudio propio, gozaba de la simpatía del personal y era el único paciente al que se le permitía salir a solas. Es de suponer que su mejoría fue rápida, porque pintó los Lirios el mismo mes que fue ingresado. Durante su estancia trabajó sin cesar. Fue una época fértil.

Los Lirios supone un acto terapéutico en sí mismo. El trazo es ligero, los colores vivos. Las flores cubren el lienzo en una profusión de hojas serpenteantes y pétalos de un intenso azul, con la excepción de un único lirio blanco. Al observador actual le es difícil concebir que esta obra sea revolucionaria. Pero lo es.

'Jardín con flores cerca de Arlés', (1888), Van Gogh.

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Antes, la naturaleza se llevaba al taller del pintor. Que el género se denominase naturaleza muerta deja claro su sentido. Las flores se ordenaban adecuadamente en un jarrón. Cuando se representaba un jardín, este era alegórico, es decir, no plasmaba un jardín concreto. Hacía referencia a otra cosa, como la pureza de la Virgen o el sentido del olfato. Los jardines se construían a partir de apuntes y bocetos sueltos, mezclando, por ejemplo, especies que florecen en distintas épocas.

La primera innovación fue llevar el atril al paisaje. Quienes lo establecieron como hábito fueron los pintores que se instalaron en Barbizon, en el bosque de Fontainebleau, en las afueras de París. Uno de ellos, Millet, fue un modelo para Van Gogh. Le conocía bien de sus años como marchante de arte junto a su hermano Theo. Incluso copió algunas de sus obras. Esta escuela, y los impresionistas que le siguieron, marcaron una forma de hacer que Van Gogh interpretó de forma muy personal.

Esta visión parte de dos puntos que, en apariencia, no muestran relación entre sí: las estampas japonesas y una espiritualidad proyectada en la naturaleza.

'Jarrón con lirios' (1889), Van Gogh.

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La influencia de las estampas japonesas que comenzaron a llegar a Europa a mediados del siglo XIX fue generalizada entre los impresionistas. Monet las coleccionó con avidez. Durante su estancia en París, Van Gogh comenzó a comprar los llamados ukiyo-e, que representan escenas cotidianas y paisajes. Pero, a diferencia de otros artistas del momento, Vincent fue más allá de la estética.

Según afirmó el pintor: “Toda mi obra está basada de alguna forma en el arte japonés”. Van Gogh idealizó la figura de los artistas que habían creado los grabados que acumulaba. Afirmaba que los japoneses eran tan puros y sencillos que vivían en la naturaleza como flores. Por alguna razón, proyectaba el espíritu de sus estampas en el sur.

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Si comparamos los Lirios con los grabados de dos de los pintores japoneses cuyas estampas coleccionaba: Hokusai e Hiroshige, encontramos evidentes puntos en común. Tanto el encuadre de la escena, en apariencia silvestre, como la forma de representar los pétalos, es afín a Hokusai. Estos no se representan tan solo desde la observación, sino desde la expresión. Las flores manifiestan un carácter exuberante y carnoso. De cierta forma, están humanizadas.

'Jilguero y cerezo en flor' (1834), Hokusai.

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Esta visión refleja la profunda espiritualidad de Vincent. No olvidemos que su padre fue un pastor de una rama de calvinismo holandés, afín a la mística. La devoción familiar se canalizaba a través del arte y la naturaleza. Y la naturaleza le alcanzó en Provenza, que llamó “el reino de la luz”. Sus célebres campos de trigo, los cipreses y los cielos estrellados no exponen tan solo un paisaje. Su contenido era para él trascedente, poético. Cada escena estaba cargada de significado vital. Suponía una revelación.

Quizás sea esta la mejor perspectiva para contemplar bajo una nueva mirada sus Lirios.

En 1987 el cuadro alcanzó el precio más alto pagado en una subasta. Fue vendido en Sotheby’s Nueva York por 54 millones de dólares. Hoy se expone en el Museo J. Paul Getty de Los Ángeles.

Subasta de los 'Lirios' de Van Gogh en 1987.

MARK CARDWELL/Getty Images

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